Según la página de Wikipedia en inglés, las personas famosas en la historia de Komenda – un pueblo de 5000 habitantes en el corazón de Eslovenia – son: Pietro Giacomo de Testaferrata, un caballero maltés del siglo XVII; Peter Pavel Glavar, sacerdote, apicultor y escritor del siglo XVIII; también hay un cartógrafo, Ivan Selan; un poeta, France Pibernik; un periodista, Ivan Sivec, y una óloga de obstáculos, Agata Zupin.
Y luego está el más famoso de todos, Tadej Pogačar, que esta tarde en Bérgamo ganó su primer Il Lombardia.
Para hacerlo, y para hacerlo de la manera en que lo hizo, tuvo que sintetizar en sí mismo todas las cualidades de sus ilustres conciudadanos, sacudiéndolas una a la vez en el momento adecuado.
Tuvo la fría paciencia del apicultor para esperar el buen momento y no desperdiciar energía antes de tiempo. Dejó que otros pusieran al equipo a tirar para mantener bajo control la fuga que se había formado después de 30 km, permaneciendo siempre cubierto en las cinco primeras subidas de una carrera que él sabía que era larga y costosa con sus 239 km y más de 4500 metros de desnivel.
Un poco de periodista y un poco de caballero demostró su valía cuando lanzó el ataque decisivo en la última parte del último ascenso, el del Passo di Ganda: tan pronto como Nibali lanzó el segundo disparo inmediatamente lo llevó al volante, analizando el momento crucial de la carrera como cronista consumado, para luego relanzar solitario y solitario continuar, aunque aún quedaban 36 km hasta la meta, intrépidos como Don Quijote.
A lo largo del siguiente descenso ciertamente encontró cualidades útiles como cartógrafo, cuando espió desde arriba las curvas que la pista le fue presentando gradualmente, mientras repasó el camino perdido en su mente y trató de descubrir cómo manejarse a partir de entonces, habiendo escuchado por la radio que Fausto Masnada pronto lo alcanzaría.
Tras el descenso faltaban 15 km para la meta, de los cuales 10 planos antes de la última desgarro de Bérgamo alta, y se encontró en cabeza con unos cuarenta segundos de ventaja sobre el grupo de favoritos supervivientes, pero con Masnada al volante que -teniendo por detrás al capitán Alaphilippe- no habría colaborado ni un metro.
Aquí volvió a ser el caballero don Quijote.
Tiró de frente sin importar nada más que su sueño y en un momento esos 10 km que podían ser gigantes insuperables para él se convirtieron en molinos de viento. En lugar de perder ante los perseguidores ganó, llegando al muro decisivo con más de un minuto de ventaja.